Los rusos no van a ser la salvación de la economía cubana. Ni de lejos. Nadie debe esperar soluciones mágicas en todo esto. Porque ni les importa que los cubanos vivan mejor, ni han recibido ese encargo de Díaz Canel. Que nadie se haga ilusiones. De lo poco que se conoce de los planes rusos para la economía cubana, cabe obtener una conclusión. Se trata de una serie de sugerencias que no sirven para enderezar un armatoste estatal, ineficiente y poco operativo como la economía cubana. Los rusos proponen hacer cambios, pero sin tocar nada. A ver cómo lo hacen.
No obstante, el guion de lo que se tiene que hacer para sacar a la economía cubana del agujero marxista es conocido, está escrito y en general, existe bastante consenso en torno al mismo. Por eso, conviene desconfiar del plan ruso que ha propuesto el consejero de Putin, Boris Titov, en calidad de presidente del consejo del Centro de Transformación Económica Rusia Cuba que nació con el beneplácito de Díaz Canel durante su viaje a aquel país. Este consejo actúa por indicaciones de Putin, en primer lugar, y de Díaz Canel, en segundo. De estos dos socios, en lo bueno y lo malo, cabría esperar cualquier cosa, menos racionalidad y sensatez económica. Cualquier consultor español, argentino o estadounidense lo habría hecho mejor.
Las ideas son las que son, y pasan, en primer lugar, por acabar con el estricto control que ejerce el régimen sobre el cambio de divisas. Correcto. La creación de un mercado cambiario en Cuba para el peso, transparente y eficiente, como el que existe en otros países del mundo con sus respectivas monedas, es una propuesta que al régimen comunista ni le gusta ni le interesa. La tuvo al alcance de la mano en la tarea ordenamiento y apenas duró dos meses. No gusta, porque un tipo de cambio fijo no se puede sostener con el nivel de reservas de la economía. Y no interesa, básicamente, porque para los comunistas cubanos el mercado cambiario no es otra cosa que un medio para recaudar divisas para las arcas del estado que no se va a dejar porque sí.
Todas las decisiones cambiarias que se adoptan en Cuba, incluido el tipo de cambio fijo de la tarea ordenamiento, pasan por arbitrar mecanismos para el centrifugado de las divisas que entran al país en beneficio del estado. Las discrepancias entre el cambio oficial y el informal alejan cualquier posible solución al problema de la pérdida de valor de una moneda, cuyos fundamentales se encuentran en grave crisis. Al régimen no le gusta la alternativa de un mercado cambiario, y por ello bloqueará esta propuesta de los rusos, aunque reconozcan las consecuencias de la nefasta política cambiaria.
En segundo lugar, el plan ruso propone a La Habana potenciar y promover las pequeñas y medianas empresas, que en Cuba se conocen como mipymes y que ya han sido objeto de críticas desde distintas posiciones. ¿Están pensando los rusos que para sus reformas sirven las mipymes castristas? Lo dudo. Han planteado una reforma en profundidad de la política fiscal para hacer salir actividades de la economía sumergida. Como planteamiento teórico podría funcionar, pero antes hay que tirar lastre. En la economía cubana, los impuestos son solo una pequeña parte de lo que impide a las mipymes prosperar.
El lastre principal se encuentra en la injerencia absoluta que el régimen comunista mantiene sobre las mipymes, que en Cuba deben ser autorizadas por el ministerio de economía y planificación, lo que conculca el derecho a la libre empresa que existe en las economías de mercado. Mensualmente, el ministerio ofrece datos de las mipymes autorizadas, pero en ningún sitio se ofrece información de las que fallecen, y sabido es que este tipo de proyectos suele presentar una elevada mortandad en sus primeros años. Sin ese dato resulta imposible determinar el alcance de la reforma de las mipymes y su impacto económico y social. Es de suponer que los rusos hayan pedido el dato. Mientras tanto, el estado cubano mantiene su absoluto control sobre todas las áreas estratégicas de la economía y arrincona a las mipymes limitando sus posibilidades de crecimiento.
El sector de las mipymes y resto de actores privados no puede liderar cambio económico alguno porque solo representa un 7% del PIB y un 11% de los ingresos presupuestarios, y ofrece empleo a la cuarta parte de los trabajadores del país (1.600.000 según datos del ministerio de trabajo, frente a los más de 3 millones, el doble, empleados por el estado y sus empresas). Las cifras no admiten comparación: el sector privado en otros países representa más del 80% del empleo y en cuanto a la gestión del PIB supera ampliamente el 70%. La distancia de Cuba con estos parámetros internacionales indica la intensidad y complejidad de las reformas a acometer.
En tercer lugar, el plan ruso pretende suprimir otros obstáculos a que se enfrentan las empresas en Cuba, como la dificultad para acceder a un crédito, los altos impuestos, los problemas con la tasa de rendimiento debido a los precios de algunos bienes, que se establecen de forma directivas por el régimen. o el precio de otros bienes, limitado por los bajos salarios en el sector público.
En definitiva, devolver al mercado privado el eje del funcionamiento de la economía. Corregir los factores citados no es fácil, sobre todo porque, en este caso, no sería justo aplicar las medidas correctivas solo a las empresas privadas, cuando las estatales, que son el “centro del sistema económico” para el régimen no recibieran el mismo trato.
En cuarto lugar, el plan ruso cree que flexibilizar el régimen tributario puede servir para que el sector privado salga de la economía sumergida y del círculo vicioso en que se encuentra y produzca los resultados en el aumento de la producción de alimentos y productos básicos. La propuesta es avanzar a paso lento, pero seguro, en materia de reformas, para evitar lo ocurrido en Rusia, donde las transformaciones estructurales provocaron notables injusticias sociales.
La cuestión es cómo compatibilizar reformas en el funcionamiento de la economía con el mantenimiento de las cuotas sociales servidas por un presupuesto que, necesariamente, tiene que reducir de tamaño para liberar recursos para el sector privado. No es una cuestión de terapias de choque ni de nada parecido, sino de que si se pretende que el estado reduzca su peso en la actividad situándose a niveles similares a otros países y que la planificación central sea sustituida por las leyes de la oferta y demanda en la fijación de los precios, no se puede engañar a la población: habrá que aceptar sacrificios.
Y esos sacrificios serán tanto mayores cuanto más se retrasen las decisiones estructurales y cuanto más se intente sostener el presupuesto estatal con los compromisos de gasto superfluo corriente que actualmente existen. No hay alternativa posible y hay que explicar a la sociedad que los ajustes son necesarios para construir una económica próspera, capaz de generar empleo y riqueza para todos, alejada de la postración estalinista de seis décadas.
En quinto lugar, el adiós definitivo al colectivismo tiene que ir acompañado de unos procesos de privatización transparentes y con observadores internacionales, que aseguren la legalidad de las actuaciones. Pero de esto, que se sepa, el plan ruso no dice gran cosa. La redistribución de poder económico que se asocia a estos procesos no debería llevar a la creación de grupos mafiosos o empresas del régimen, que en realidad ya existen, sino al nacimiento de empresas privadas eficientes, flexibles y competitivas que ayuden a la reconstrucción de la nación. Si los rusos no son capaces de ofrecer esta solución, mejor que no haga nada.
En realidad, la experiencia de las mipymes cubanas en este último año tiene poco que ver con la libre empresa de la que hablan los rusos. Por supuesto que es mucho mejor que existan mipymes a que no las haya. Pero el régimen ha controlado absolutamente el proceso de creación y aprobación, y a pesar de todo, no ha sido capaz de consolidar estructuras productivas en el ámbito de la alimentación, donde las necesidades sin atender siguen siendo muy destacadas. Ha habido una apuesta por la industria manufacturera y los servicios, que se han consolidado en primera posición sectorial.
También ha habido quejas de que algunas mipymes se han orientado a desarrollar negocios que se encuentran en manos de familiares y amigos de altos funcionarios, así como empresarios extranjeros bien relacionados con el régimen. Pero lo cierto es que, hasta el momento, no se puede hablar de una clase económica con objetivos y fines definidos. El estado mantiene un control absoluto del proceso y la mipyme como alternativa al poder comunista es débil.
En el marco de los proyectos que los rusos quieren implementar en Cuba también se ha hablado de una empresa comercial mixta, basada en inversión extranjera para distribuir alimentos, productos químicos y otros artículos con participación del grupo Cimex, si bien todavía no se ha firmado contrato alguno y ya se sabe cómo acaban estas cosas. Otro proyecto de inversión, también por desarrollar, es un hotel para uso exclusivo de rusos, justificado por el retorno del turismo de este país a la Isla. Las autoridades han desmentido esta información.
Lo dicho. Las relaciones de Rusia con otros países, Cuba incluida, se suelen estructurar sobre un marco de oscuridad y poca transparencia que, en momentos como los actuales, con la guerra de Ucrania y el embargo internacional, se multiplica de forma notable. La geopolítica también tiene una influencia muy importante. Ni los rusos son cubanos, ni los cubanos son rusos. Será difícil saber con exactitud en qué consisten los planes rusos, pero no cabe duda de que pueden verse comprometidos por lo que pueda ocurrir en Rusia en un futuro inmediato. Lo más probable es que acaben en nada.
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