Magazine AM:PM – Las escaleras del Teatro Nacional —las interiores, las que llevan a oficinas, camerinos, baños, las que bajan justo al costado de la Sala Avellaneda—tienen la clásica apariencia de la soledad. Son tristes, carentes de personalidad y guardan, a veces, demasiado silencio. Pero resulta que ahora, a las dos de la tarde de un martes de enero, eso es justamente lo que necesito: silencio. Dentro de la sala todo es un poco caótico: la gente va y viene, los sonidistas cuidan que todo esté en su sitio al tiempo que ocho hombres intentan sacar música de trompetas, trombones, una tuba y un saxofón.
Es la prueba de sonido de The Soul Rebels, la brass band que veremos en escena esta misma noche, y yo, entre tanto, converso con Tarriona “Tank” Ball, frontwoman de Tank and the Bangas, otra de las alineaciones que nos trae el Getting Funky in Havana, el primer festival de funk cubano y de Nueva Orleans en la Isla, organizado por Cuba Educational Travel, Trombone Shorty Foundation y el Festival Internacional Jazz Plaza. La imagen de nosotras, sentadas en aquellas escaleras, hablando de lo que significa o no amar una ciudad como La Habana, del jazz y las maneras que tiene para que en él confluyan muchos sonidos, ritmos y géneros, me trae a la cabeza aquella foto de Bob Dylan con Patti Smith (también en unas escaleras) en algún lugar de Greenwich Village, en 1975 —no sé por qué, quizás porque estoy pensando mucho en Bob Dylan por estos días.
Antes, Marcus Hubbard, trompetista de The Soul Rebels, me había dado las palabras claves para identificar lo que vendría: “El sonido de New Orleans proviene del sabor de diferentes músicas; sale de África, del Caribe, de América, pero en forma de una gran jam session. Venimos de una ciudad donde el plato más famoso es el gumbo, el cual se elabora en grandes ollas y donde se mezclan varias comidas. Para nosotros la música es como el gumbo y mientras más sabor tenga, mejor”. Ahora, yo quiero que Tank vuelva sobre esa idea; pero, sobre todo, quiero que descifre el sonido de esa banda que conquistó a todos en el concurso del Tiny Desk de la National Public Radio.
Y ahí donde muchos hablan de la simbiosis entre el rock, el funk, el storytelling, el spoken word, del “soulful Disney” de los Bangas, Tank prefiere evadir todo tipo de etiquetas y hablar de una “conexión espiritual”. “Mezclamos sonidos, pero no es a propósito. Fluyen, salen solos. Porque en el escenario lo importante es sonar bien, pero, sobre todo, es sentirse bien. Queremos conectar con la gente y ver qué pasa, que sea divertido es fundamental. Hacemos un show honesta y verdaderamente dinámico”.
Hasta ese momento, cuando Tank dice “dinámico”, “divertido”, “espiritual”, “conexión”, no soy consciente de la dimensión real de esas palabras. Más tarde, las fichas encajarían en el tablero.
En abril de 2019, mientras la revista Billboard lo incluía entre sus recomendaciones y el mundo caía rendido a los pies de la “nueva sensación” de la música cubana, Erik Alejandro Iglesias desembarcaba en New Orleans para celebrar su cumpleaños. El famoso club Tipitina´s, refugio de bandas como Pearl Jam, Nine Inch Nails, Nelville Brothers, entre otras, lo acogía en un concierto por donde desfilarían también los Soul Rebels, miembros de Tank and the Bangas y Trombone Shorty. De aquel intercambio, de las sesiones de improvisación y visitas a los barrios de la ciudad de Louis Armstrong, nació la idea de llevar todo el soul y el funk de New Orleans a Cuba.
Ocho meses después, Cimafunk camina por las calles de La Habana Vieja. A cada rato se detiene, se hace fotos con los fans que lo interceptan a pesar de la multitud que sigue a los músicos del Second Line Conga, los cuales parten de la Plaza del Cristo hacia un parque de San Isidro, entonando himnos fúnebres, propios de la tradición y los festejos en la ciudad-cuna del rhythm and blues. Al inicio suena When the Saints Go Marching in, ese canto góspel estadounidense que acompaña las procesiones, luego se escucha Little Liza Jane, tema que se ha convertido en un estándar de jazz obligatorio y que Nina Simone interpretó durante muchos años.
En el tumulto logro identificar a Julian Gosin (trompeta) de los Soul Rebels, a los chicos de Trombone Shorty y a Albert Allenback (saxo y flauta) de Tank and the Bangas, que elevan sus instrumentos al cielo, mientras los cantos suceden. De pronto algunas de las escenas de Treme —la serie creada por David Simon y Eric Overmyer— cobran sentido. Todo el folclor de las tribus de Mardi Gras recae en el Big Chief Monk Boudreaux, de las Águilas Doradas —quien al principio marca la ruta del desfile con su traje de parches, plumas, lentejuelas y abalorios—, y en otro chief, vestido de amarillo, con una espada pequeña y repleta de perlas plateadas y brillosas.
Gladys, mi amiga, me acompaña. Ella ha viajado 365 kilómetros para ver a Tank and The Bangas y es, probablemente, la única cubana en la Isla que conoce todas sus canciones, que ha leído todas las entrevistas, que ha visto todos los conciertos en YouTube, que sabe identificar a todos los integrantes de la banda.
—Mira, Joshua Johnson— grita y señala hacia el baterista y director musical de la agrupación, que justo en ese momento nos cruza por al lado. Yo la miro; he estado ahí, en ese nivel de “fanatismo”. Sonrío.
Hay un momento donde Gladys desaparece, se pierde entre los que bailan, miran, pasan. La veo abrazando a Tank en una esquina. Tank grita. Gladys se emociona. Lloran. Se abrazan de nuevo. Gladys le dice algo así como que Rollercoasters “siempre estará en su corazón”, en un acto verdadero y digno del típico fan que descoloca a Tank, porque claro, quién le iba a decir que alguien en este país conocería la música de una banda que acaba de ser nominada a los Grammy en la categoría de Mejor artista novel. Rollercoasters, por otro lado, es una canción del álbum Think Tank, el primero grabado por la banda, y habla de esa sensación de caer, de tirarse al abismo una y otra vez, pero también del coraje que se necesita para volver al ruedo, de subir a la montaña rusa, de enamorarse, sin saber. Obvio, esto lo descubro después.
Ahora la gente marcha con la banda. Al final, la conga se funde con el second line. No se sabe, exactamente, cuándo termina una y empieza el otro.
No hay manera de decirlo sin que suene feo, pero si estás leyendo este texto y no estuviste en el concierto de Tank and the Bangas el pasado 15 de enero en Fábrica de Arte Cubano no entenderás lo siguiente. Primero, porque no se puede comulgar con lo que no se vivió, al menos en este caso. Segundo, porque no hay forma posible de explicarlo. Aun así, aquí voy:
Sobre el escenario Tank and the Bangas es una masa compacta de energía. El show que abre con el single Spaceships, que nos hace fijarnos en los movimientos de Anjelika “Jelly” Joseph, Kayla Buggage y la propia Tank desde el extremo izquierdo, nos lleva a detenernos de vez en cuando en los instrumentistas —cada uno tiene lo suyo, sobre todo Albert Allenback, al saxofón y la flauta, que lleva la intensidad al nivel más alto, robándose la atención de quienes siguen, inevitablemente, a la líder de la alineación. Pero el espectáculo muta todo el tiempo. No es estático.
Tank, a ratos, dice que es increíble estar aquí esta noche. Lo dice, y no sabe lo que es para nosotros —la cofradía de los entendidos, de los que estamos ese miércoles en el lugar y en el momento indicado— estar aquí. El escenario de la Nave 4 de F.A.C. es uno de esos lugares que crea lazos, se pasa de íntimo. Aun así, nos lleva al extremo, nos pide que levantemos las manos, que cantemos con ella canciones que muchos de nosotros no conocemos. Lo hace con Quick, ¿qué es esto? Lo hace con Boxes and Squares, con Nice Things, con Smoke.Netflix.Chill, en serio, ¿qué es esto?
Luego, Tank hace que La Reina y la Real suban al stage, lo hacen también los Soul Rebels. De pronto estamos en el piso, agachados, la banda incluida, mientras suena algo chill. En minutos estamos saltando con un nivel de adrenalina que nos impide contener, a veces, nuestras micciones (historia real, hice fact checking y a muchos nos pasó). La conexión es total. Después de esto, el cierre: Nirvana por Tank and the Bangas, Smells Like Teen Spirit por Tank and the Bangas. And, here we are now: paralizados, sin saber, básicamente, qué hacer.
Hay una imagen que describe el estado de trance en el que salimos: la gente con las manos en la cabeza, mirándose, buscando complicidad en la pregunta: ¿es este el mejor concierto de nuestras vidas?
Vine a La Tropical porque me dijeron que acá va a tocar Tank and the Bangas. Quiero ver los rostros de quienes no tienen la menor idea de a lo que se enfrentan, una vez termine el espectáculo. Quiero saber si son, o serán, dignos de estar entre los “iniciados”. Y quiero, como buena adicta, repetir.
El show inicia con los chicos de Trombone Shorty Foundation (visiblemente agotados luego de unos días tan intensos), seguidos por The Soul Rebels, quienes hacen algunos de los temas de su más reciente álbum, Poetry in Motion, un disco donde presentan a una poderosa línea de artistas que incluye a gente como (nuestra ya conocida) Tarriona “Tank” Ball, Big Freedia, PJ Morton, Robert Glasper, Branford Marsalis. La banda —que ha colaborado en vivo con Metallica, Marilyn Manson, Katy Perry, entre otros— mezcla el R&B, el funk, el jazz y el hip hop en una presentación cargada de sonoridades modernas, donde cada instrumento se integra a la perfección y, a cada tanto, Marcus Hubbard y Julian Gosin dejan la trompeta para hacer de front man, rap mediante. El formato de brass band les permite ser libres sobre la escena, tocar y bailar al mismo tiempo. El flow es contagioso, sobre todo cuando suena ese temazo que es Greatness.
El final del Getting Funky in Havana se acerca cuando Tank and the Bangas sube al escenario de La Tropical. El set list es casi el mismo que en Fábrica, solo que más corto. La banda suena tremendamente bien, pero no es lo mismo. ¿Cómo podría serlo? Pienso que en F.A.C. estuvimos los justos, y que acá el público es más heterogéneo, el espacio más grande, las energías fluyen en varias direcciones, y que, sobre todo, la gente vino para “gozar” con Cimafunk.
La más reciente revelación de la música cubana, pasada la media noche, hace lo suyo: Relajao, Cocinarte, Basta, son algunos de los hits que suenan una vez más en este lugar. En medio de la terapia pienso que hace rato Cimafunk nos debe un tema nuevo y, ya que estamos, un disco nuevo. Uno que nos vuele la cabeza, otra vez. Parece que me escucha y anuncia La papa, su más reciente single, que me hace pensar en que quizás va caminando en la dirección correcta. Antes del clásico Me voy, The Soul Rebels y Tank and the Bangas lo acompañan en una canción “que aún no tiene nombre” pero que por ahora conocemos como Caliente.
Entonces hago un link a mi conversación con Tank hace días en las escaleras interiores del Nacional, cuando me cuenta cómo conoció a Cimafunk y qué piensa de su música. “Tenemos un tema juntos, sabes. El nombre es algo relacionado con fuego, algo ‘calen-te’, como él. Nunca le hemos tocado en vivo y esta es la primera vez que lo hacemos. Es aterrador y excitante”, cuenta Tank. Yo siento que ya se nos acaba el tiempo y le pregunto por esa nominación a los Grammy, que si la vio venir.
—Vamos a ganar—dice.
No sé, pero yo, por alguna razón, le creo.
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